sábado, 3 de diciembre de 2011

El Escorpión

Hasta que su caparazón sea dorado
como el sol alto en el cielo,
un pequeño y tenaz escorpio
avanza por la arena del desierto.

Mil mudas lleva ya sobre sus espaldas,
mil pieles que han sido desechadas,
mil veces la meta había sido alcanzada,
mil dunas, a cada cual más lejana.

Largo es el camino, dura es la senda,
sus piernas le fallan, su ímpetu flaquea,
el cuerpo se desploma, su aliento se apaga,
allí cae rendido, agotado en cuerpo y alma.

Las lágrimas fluyen por su rostro,
su sal escuece en las heridas,
el agua humedece sus labios resecos,
siente el sabor de otra batalla perdida.

La oscuridad nubla su visión,
en las tinieblas todo carece de sentido,
queda aislado flotando en el vacío,
hasta que Antares ilumina de rojo su corazón.

"Álzate de nuevo, pequeño mío,
y de tus tristes cenizas resurge.
Con el ave fénix compartes tu destino,
sobre tus propias miserias debes elevarte.

Te mostraré el camino con mi rojo faro,
aunque tú no quieras mirarme.
Te susurraré dulcemente mi sabiduría,
aunque tú ya no quieras escucharme.

No solo en la negrura,
se puede ver mi luz.
No solo en el vacío,
se alcanza a oir mi voz.

Para ello solo debes retirar los velos,
tus ojos los nublas con tus ensoñaciones.
Para ello solo debes acabar con los cuentos,
te ensordeces con las voces de muchos oradores.

Ahora que lo ves todo claro,
ahora que el sonido está limpio,
ahora puedes aprender del pasado,
y retomar con valor de nuevo el camino."

El cascarón inerte se resquebraja,
unas alas carmesí se despliegan hacia el cielo.
Eleva todo su ser con un triunfante vuelo,
y por todas partes resuenan sus alegres carcajadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario