Rana croaba plácidamente en su charca cuando de pronto fue sujeta con firmeza y elevada hacia el cielo sin ningún tipo de miramiento ni sutileza.
Unos labios carnosos se posaron sobre su piel verde y viscosa, y un sonoro besuqueo resonó en esa noche hermosa.
Rana esperó un momento antes de abrir los ojos, y cuando lo hizo vio ante sí una muchacha de cabellos rubios y sedosos.
"¡¡Oh!!", exclamó la doncella, "¿Tardareis mucho en convertiros en mi príncipe azul, rana bella?"
Ante tal pregunta rana parpadeó asombrada, y con timidez y sinceridad le dijo "Soy solo una rana, mi princesa encantada."
"No os preocupéis, mi futuro esposo", contestó la doncella, "pronto os transformareis en un bello príncipe gracias a mi beso ardoroso."
"No me transformaré en un humano, rubia princesa, ¿no veis que yo soy un batracio simple y enano?"
"Pero mi amor es poderoso, mi voluntad es férrea, os transformareis en mi enamorado, y seré la envidia del resto de princesas".
Rana empezó a tener miedo de esa loca humana, y en un despiste de la rubia se escurrió para hundirse en su segura charca.
Pero ¡ay!, la princesa a tiempo la agarró, y empezó a estrujarla con desesperación.
"¿Porque intentáis huir de mi, mi bello príncipe? ¿Porque rechazáis a vuestra enamorada? Con lo que yo os amo, y me dais así la espalda."
Rana no podía contestar a las querellas de la doncella, la apretaba con tal fuerza que se estaba ahogando y poniéndose color violeta.
Pero en esas que sonó un relincho, y apareció un corcel blanco. Sobre su grupa iba montado, un bello doncel todo de azul ataviado.
La doncella se lo quedó mirando, disgustada, y relajó la presa que tenía a Rana ahogada.
"Disculpad, bella dama", le habló el muchacho, "¿Sabéis por donde se llega a mi hogar, el castillo encantado?"
"Por la izquierda", espetó la princesa, sin rima ni prosa, y muy muy tiesa.
"Disculpad, pero no puede evitar apreciar vuestra belleza. ¿Deseáis acompañarme y que os presente a mi padre y al resto de la nobleza?"
La doncella miró a Rana, y Rana miró a la doncella.
"¡Esta es vuestra oportunidad, rubia humana, tenéis a un príncipe de verdad que os hará feliz y muy afortunada!"
"Oh, mi dulce Rana, es tan noble sacrificaros por mi de esta manera. Pero solo vos sois mi príncipe verdadero, cuando mi amor os haya convertido en mi soñado aventurero".
El príncipe miró a Rana, y Rana miró suplicante al príncipe.
"Oh... vaya... yo... no creo que pueda competir... con... eh.... una rana que habla", y el príncipe azul se alejó a galope dejando a Rana en manos de la princesa miope.
Pasaron varias noches, y pasaron varios jinetes. Todos fueron rechazados, todos fueron ignorados. La fantasía de la doncella era más fuerte que cualquier prueba y regalo por el cielo enviado.
Y un buen día Rana consiguió de su presa liberarse, se zambulló en su charca, logró por fin escaparse.
La pobre doncella roja del enfado se puso, rabió y pataleó pero Rana jamás apareció.
"Pues me iré con el próximo jinete que pase", le habló a la charca, "ellos si que saben valorar a una chica de mi clase"
Pero ningún jinete volvió a aparecer.
Se había corrido la voz que la doncella de la charca prefería a batracios antes que a príncipes encantados.
Unos labios carnosos se posaron sobre su piel verde y viscosa, y un sonoro besuqueo resonó en esa noche hermosa.
Rana esperó un momento antes de abrir los ojos, y cuando lo hizo vio ante sí una muchacha de cabellos rubios y sedosos.
"¡¡Oh!!", exclamó la doncella, "¿Tardareis mucho en convertiros en mi príncipe azul, rana bella?"
Ante tal pregunta rana parpadeó asombrada, y con timidez y sinceridad le dijo "Soy solo una rana, mi princesa encantada."
"No os preocupéis, mi futuro esposo", contestó la doncella, "pronto os transformareis en un bello príncipe gracias a mi beso ardoroso."
"No me transformaré en un humano, rubia princesa, ¿no veis que yo soy un batracio simple y enano?"
"Pero mi amor es poderoso, mi voluntad es férrea, os transformareis en mi enamorado, y seré la envidia del resto de princesas".
Rana empezó a tener miedo de esa loca humana, y en un despiste de la rubia se escurrió para hundirse en su segura charca.
Pero ¡ay!, la princesa a tiempo la agarró, y empezó a estrujarla con desesperación.
"¿Porque intentáis huir de mi, mi bello príncipe? ¿Porque rechazáis a vuestra enamorada? Con lo que yo os amo, y me dais así la espalda."
Rana no podía contestar a las querellas de la doncella, la apretaba con tal fuerza que se estaba ahogando y poniéndose color violeta.
Pero en esas que sonó un relincho, y apareció un corcel blanco. Sobre su grupa iba montado, un bello doncel todo de azul ataviado.
La doncella se lo quedó mirando, disgustada, y relajó la presa que tenía a Rana ahogada.
"Disculpad, bella dama", le habló el muchacho, "¿Sabéis por donde se llega a mi hogar, el castillo encantado?"
"Por la izquierda", espetó la princesa, sin rima ni prosa, y muy muy tiesa.
"Disculpad, pero no puede evitar apreciar vuestra belleza. ¿Deseáis acompañarme y que os presente a mi padre y al resto de la nobleza?"
La doncella miró a Rana, y Rana miró a la doncella.
"¡Esta es vuestra oportunidad, rubia humana, tenéis a un príncipe de verdad que os hará feliz y muy afortunada!"
"Oh, mi dulce Rana, es tan noble sacrificaros por mi de esta manera. Pero solo vos sois mi príncipe verdadero, cuando mi amor os haya convertido en mi soñado aventurero".
El príncipe miró a Rana, y Rana miró suplicante al príncipe.
"Oh... vaya... yo... no creo que pueda competir... con... eh.... una rana que habla", y el príncipe azul se alejó a galope dejando a Rana en manos de la princesa miope.
Pasaron varias noches, y pasaron varios jinetes. Todos fueron rechazados, todos fueron ignorados. La fantasía de la doncella era más fuerte que cualquier prueba y regalo por el cielo enviado.
Y un buen día Rana consiguió de su presa liberarse, se zambulló en su charca, logró por fin escaparse.
La pobre doncella roja del enfado se puso, rabió y pataleó pero Rana jamás apareció.
"Pues me iré con el próximo jinete que pase", le habló a la charca, "ellos si que saben valorar a una chica de mi clase"
Pero ningún jinete volvió a aparecer.
Se había corrido la voz que la doncella de la charca prefería a batracios antes que a príncipes encantados.
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